miércoles, 10 de octubre de 2012

Capítulo 4: De la persecución de paparazzis en Murree y la vuelta a Karachi

Madrugada del jueves 23 de agosto:

Recién llegados a la casa de un amigo de los chicos de AIESEC y tras conocernos y charlar un poco nos fuimos a dormir porque era tarde. Alina y yo nos fuimos al cuarto con todas las intenciones de descansar porque teníamos que madrugar al día siguiente. En lugar de eso, un comentario sobre la pareja que conocimos en el cumpleaños disparó una charla de horas y horas sobre el matrimonio. A mis 22 años jamás he hablado tanto como acá sobre los noviazgos, la elección de pareja, casarse y cómo se festejan los casamientos. Por supuesto que mentiría si digo que nunca pensé en casarme o si nunca hablamos del tema con mis amigas... pero siempre como algo medianamente lejano y que depende de muchas circunstancias. Aquí en Pakistán las mujeres suelen casarse jóvenes, los casamientos se celebran durante CINCO DÍAS y son todo un acontecimiento, que involucra a la familia, a los amigos, a los compañeros de trabajo y hasta al vecino de la esquina. La ropa de los novios, la música y la forma de festejar son totalmente distintas a nuestras tradiciones. Tras recibir constantes preguntas sobre cómo son los casamientos en Argentina y en Rumania (y otras preguntas más personales del tipo "¿cómo te imaginás a tu marido?"), ambas sentíamos la necesidad de exteriorizar lo que nos pasaba. Nos quedamos hasta las tres y media de la mañana hablando y ¡¡Alina esa noche soñó que su madre le arreglaba el casamiento!!


Nos despertamos apenas unas horas más tardes y preparamos los bolsos con la ropa que llevaríamos a Murree. Ya que volveríamos a quedarnos en la casa de Ali, decidimos dejar la mayor parte de nuestro equipaje en Islamabad y viajar solamente con lo que necesitaríamos en dos días de viaje. Murree es un pueblo en las montañas, localizado a casi 60 km de la capital del país. Es un pueblo específicamente de fin de semana, muchos pakistaníes tienen una segunda casa aquí que usan para descansar de la vida de ciudad. La elección de nuestro destino se vio condicionada por la cancelación consecutiva de destinos más "interesantes": Skardu, Fairy Mellows y Gilgit. Evidentemente, no habíamos tenido mucha suerte pero insistíamos en ver algo de verde.

Luego de comer un suculento y picante desayuno de huevos revueltos con paratha (una especie de tortilla) acompañados por el infaltable chai pakistaní (té con leche) nos acomodamos en el auto que nos llevaría a Murree. En un trayecto de dos horas fuimos testigos de cómo la altitud afecta la temperatura. Sí, sé que no descubrí nada nuevo. Pero tras semanas de calor húmedo, de ese calor aplastante y pegajoso, no pude evita maravillarme con el rápido cambio climático que habíamos experimentado en tan poco tiempo. Abrimos las ventanillas y asomábamos la cabeza, dejando que el viento fresco nos despeinara. Akhlaq, el conductor, se reía de nuestro comportamiento mientras conversaba con Michel en un nivel de inglés que ninguno de los tres había esperado que manejara.


Dejamos nuestras mochilas en el hostal de la tía de un amigo de nuestros amigos de Karachi, acá siempre conocés a alguien que conoce a alguien y es más eficaz viajar de esta forma que por tu propia cuenta. Tomamos algo de abrigo y por primera vez en los casi dos meses que llevaba en Pakistán me calcé las zapatillas de trekking. Comenzamos a caminar y encontramos un parque de diversiones con aerosillas. No sabíamos bien de qué se trataba pero entramos, pagamos las 300 rupias para poder subir y pasamos a la fila. Había tal cantidad de gente que me sentía en la cola para la montaña de agua del Parque de la Costa en pleno verano, época en la cual todos quieren ir a la misma atracción y esperan horas para lograrlo. A diferencia del parque bonaerense, aquí eramos los únicos tres extranjeros no de la cola sino del pueblo entero. No había forma alguna de disimularlo. Quizás Michel y yo podríamos pasar como pashtunes pero nuestras ropas, la manera de caminar, cómo nos parábamos y hasta la forma de hablar entre nosotros hacían que mostrar nuestros pasaportes se volviese innecesario. Alina era -y es- un caso injustificable, no hay velo que cubra sus ojos celestes. Todas las miradas estaban clavadas en nosotros o mejor dicho... nosotras. Como si no estuviésemos lo suficientemente incómodas con las miradas a nuestro alrededor y los apretujones de la gente que intentaba colarse, muchos hombres comenzaron a sacarnos fotos con el celular. Llegó el turno de subirnos y pensé que con eso la sesión fotográfica iba a terminar. En lugar de eso ahora nos sacaban fotos desde las otras aerosillas, ¡sin que pudiésemos impedirlo! Decidimos hacer caso omiso, mirar el paisaje y pedirle a Michel que sacara fotos. En el atropello matutino olvidé en la mesita de luz de la casa de Ali las cosas importantes que había dejado especialmente para no olvidarme: la cámara de fotos, las pilas y la chalina multifunción bufanda/velo.





Volvimos a las calles de Murree, atestadas de grandes grupos de amigos, familias y niños corriendo. Empezamos a caminar sin rumbo específico mientras visitábamos las tiendas de artesanías bajo una suave llovizna. A medida que nos acercábamos al centro del pueblo la lluvia se fue haciendo más y más fuerte, hasta que decidimos buscar un restaurante para comer. Tarea imposible, todos los lugares estaban repletos y los puestos de la calle vendían snacks en dudosas condiciones de salubridad. Nos quedamos bajo el palier de un edificio, junto con dos grandes grupos de personas que también se refugiaban del chaparrón. Demás está decir que los grupos de amigos estaban compuestos íntegramente por hombres. Es muy difícil encontrar grupos mixtos, a excepción de las familias. Y de vuelta, las miradas sobre nosotras. Embarrados y hambrientos, decidimos comprar galletitas y volver al hostal, donde nos cambiamos y nos dispusimos a realizar una actividad que a los tres nos había costado realizar desde el comienzo del viaje: L-E-E-R.



Los tres nos sentamos en los sillones de la sala, cada uno con su libro frente a la ventana y su fiel servidora además de libro, con el mate. Desde que llegué intenté llevar a cabo un mini proyecto de transmisión de cultura argentina pero a nadie le gustó el mate. Alina resultó ser una feliz excepción en la comunidad extranjera y la venía entrenando poco a poco en el sabor amargo. Y Michel, pese a que odia el "cimarrao", desesperado por el frío se unió a la mateada con el propósito de entrar en calor.


El determinismo geográfico creo que nunca se vio mejor expresado en nuestras vestimentas. Con 15 grados de temperatura, mi amiga rumana estaba con remera larga y calzas, mientras yo usaba por primera vez en el viaje un buzo polar y joggings. Nuestro querido compañero do nordeste brasileiro estaba con jean, campera deportiva, doble par de medias, se cubría con una frazada y aún así titiritaba. Tanto frío tenía que intentaba soluciones ridículas como ponerse una bolsa de plástico en los pies para luego ponerse las medias o derramar cera caliente del candelabro de la mesita sobre sus brazos, manos y ¡hasta los pies!





Demasiadas distracciones teníamos, la sesión lectura quedó frustrada, ante cada oración que intentábamos avanzar levantábamos la vista y lo encontrábamos a Michel tirándose cera mientras decía "It's not burning me, I don't feel anything". Creo que fue la exhibición de sus pantorrillas lo que dio origen a una de las charlas más inesperadas del viaje. No recuerdo si yo le pregunté o él empezó a tratar el tema: depilación masculina. Para mi sorpresa, nos cuenta que en Brasil es muy común depilarse el pecho y recortarse los pelos de las axilas. No dejaba de reírme y prosigue "bueno, en Rumania, los hombres se depilan totalmente las axilas con cera, preguntale a Alina" ¿¡¿¡Qué?!?!?! La rubiecita asiente con su cabeza, como si fuese lo más normal del mundo. ¿Emile Durkheim había dicho que hay que dejar de lado todas las prenociones? ¿Hay que ser lo más objetivos posibles a la hora de analizar un hecho social? Lo siento, pero no lo recordé en ese momento y me puse a hablar del "macho argentino", un concepto que si lo pienso racionalmente es ridículo. Pero al escuchar "entonces si en Argentina los hombres no se depilan es porque no van a la playa" fue inevitable sacar a relucir ciertas opiniones personales e incluso llegué a mostrar fotos de mis amigos en Villa Gesell como evidencia de que los hombres van a la playa orgullosos de como son.

Al día siguiente caminamos por el pueblo dimos una vuelta entera y hacia la tarde volvimos a Islamabad. Fuimos al museo de Lok Virsa donde veíamos demasiada gente en la entrada, sospechoso... se había cortado la luz y no podíamos entrar. Todos aquellos que, como nosotros, habían ido hasta allá para visitar el museo se quedaban en el parque exterior, sacaban fotos y visitaban las tiendas de artesanías. No fuimos la excepción y tanto Alina como yo nos sumamos a la compra de souvenirs mientras Michel nos esperaba en el auto. El calor, la comida pesada y cierto debilitamiento general nos dejaron de cama. En nuestro último día en Islamabad dormimos hasta el mediodía, hablamos con el hermano de Ali que recién volvía de sus vacaciones y a la tarde salimos a recorrer. Visitamos un orfanato donde una ONG local organizó un carnaval de Eid para los niños, con castillo inflable y show de magia incluidos. Cerramos la noche con un excelente asado argentino, al cual llegamos dos horas más tarde, muertos de verguenza. Los tiempos pakistaníes seguían corriendo y controlando nuestras acciones.


Volvernos también fue complicado, ¿cuándo no surge algo inesperado aquí? Por cuestiones climáticas todos los vuelos se habían suspendido. A mí me llegó un mensaje de Airblue avisando que la demora era una hora, así que aprovechamos a dormir una hora más. Michel se había negado a comprar el pasaje de vuelta con nosotras, ya que no sabía cuando ni desde dónde volvería. Finalmente terminó haciendo el mismo recorrido y volviéndose el mismo día. Su compra del pasaje merece un post aparte, que no le pienso dedicar. En resumidas cuentas, después de revisar tres días consecutivos el sitio de internet e ir dos veces al aeropuerto compró un pasaje de PIA cuyo vuelo partía a las seis de la mañana. Cuando nosotras llegamos a las diez para tomar nuestro vuelo lo encontramos a él, sentado en una silla con la cara destruida, los ojos rojos y tanta bronca acumulada que sólo podía expresarse en portugués. Abordamos, nuestro vuelo, dejándolo sólo a nuestro amigo, quien llegó a Karachi varias horas más tarde de lo previsto.


Ya con los bolsos en la mano, nos tomamos un taxi para volver a nuestro departamento. Mientras mirábamos por las ventanillas reconocíamos los lugares de la ciudad: "eeey mirá el Gulf Market, acá venden sandalias baratas" o "aay ya estamos en Do Talwar (Monumento de Dos Espadas)". Cuando el taxi empezó a recorrer la avenida Zamzama la tranquilidad de volver al hogar nos invadió. Ambas comentábamos lo cansadas que estábamos y las ganas que teníamos de hacer nuestra vida "normal". Y mientras bajábamos nuestras cosas sonreíamos, nos decíamos "home sweet home". Después de unos segundos le digo a Alina "igual mi verdadera casa está en Buenos Aires" y ella me respondía "sisisi la mía en Iasi, no lo dudes". Es curioso como en un lapso tan corto de tiempo nos acostumbramos a ciertas cosas. Como nos fuimos apoderando de espacios en esta ciudad que no es la nuestra pero el vivir un par de meses nos acostumbró a ciertos elementos de ella. A los vecinos del tea shop cuya clientela colma la calle con sus tacitas de té y paratha, a cruzar la calle de manera kamikaze, a regatear hasta con el hombre de la lavandería y a elegir nuestros lugares para comer algo no picante. También es curioso (y casi triste) darme cuenta que el dicho "el ser humano es un animal de costumbre" es muy cierto. Subíamos las escaleras y le comento a mi amiga que me sorprendía que estuviesen limpias, me preguntaba si el landlord finalmente habría contratado a alguien. Alina me mira sorprendida diciendo "Ana, ¡están sucias! Secaron los charcos de agua solamente"


ACTUALIZACIÓN A TIEMPO REAL:
Los relatos que estuve escribiendo son de hace un mes atrás. En el medio pasaron muchas cosas, entre ellas caí enferma y me curé, conocí al único otro argentino que vive en esta ciudad y es una persona maravillosa, se fueron dos amigos muy queridos, llegaron otros interns nuevos, tuvimos tantos problemas con el departamento que llegaron al punto de obligarnos a cambiar de casa. Nos mudamos, nos estamos todavía acomodando y planificando un nuevo miniviaje. A su vez, al haber pasado ya más de la mitad de mi intercambio comencé a pensar en el después de Pakistán, así que mientras busco información sobre Mohenjedaro (sitio arqueológico a 5 horas de Karachi) leo también sobre Tailandia. Mi cabeza está en múltiples destinos al mismo tiempo, ¡para variar!

Post largo, están invitados a comentar quejándose si quieren. Sugerencias o algún cariño también son bienvenidos! ¡Abrazos!