miércoles, 16 de diciembre de 2015

Volver a casa, volver a escribir y volver a viajar

Cuando volví, a principios de 2013, después de estar ocho meses en la otra punta del mundo tardé mucho en reinsertarme. El frenesí del viaje había terminado, ahora estaba de vuelta en mi ciudad, conocía los códigos de comportamiento, sabía utilizar el transporte, los nombres de las comidas y si no sabía llegar a algún lugar, manejaba el mismo idioma (y el mismo acento que marca las “y” y usa el “vos”) por lo que no tendría que tener problema alguno en moverme. El factor sorpresa, que hace que actividades cotidianas como ir a la verdulería se conviertan en una aventura se había esfumado de mis días. Todo era normal de vuelta. Ya no había más colectivos decorados donde sonara de fondo música de Bollywood.

Quería volver a mi casa y abrazar a mi mamá, ver a mis amigos, comer un buen asado y realizar el conjunto de cosas que uno extraña cuando vive afuera. Pero, mi cabeza, por algún motivo extraño seguía en Asia. Los seis meses que viví en Pakistán, más los dos meses y medio que viajé por el Sudeste Asiático me habían causado un profundo impacto. No sé si me cambiaron, muchos conocidos me preguntaban “¿El viaje te re cambió, no?” Daban por sentado que la respuesta era afirmativa, sin esperar lo que fuera a decir. Al día de hoy no sé si el viaje (los viajes, debería decir) me cambiaron. Sigo siendo terca, nerviosa y emotiva, sigo moviendo las manos al hablar y si algo me tienta, me río muy fuerte.
Lo que sí sé que me llevo de los viajes realizados es la certeza de que todos los imprevistos se pueden sortear, que aún estando con anginas y viajando sola tuve ángeles guardianes que me cuidaron y que muchos de los peores momentos de un viaje, luego se convierten en las mejores anécdotas. Hoy en día, puedo contar con mi amiga Alina, cruzamos de Laos a Vietnam junto a 37 personas, luchando por un lugarcito en un bus pensado para 25 personas y lleno de cajas de fertilizantes y bebidas energéticas Me quedan, también, imágenes y momentos viajeros que todavía están muy presentes: desde atardeceres increíbles en Mui Ne o descansar en playas con aguas cristalinas en Caramoan hasta la aventura de cruzar la avenida Zamzama en Karachi o hacer dedo para ir hacia Phitsanulok porque me había quedado casi sin efectivo.
Aquellas imágenes son mi refugio mental cuando me siento mal, o cuando me replanteo cosas. Son mi punta de lanza, el "vamos que se puede". Pienso, si vi y pasé por cosas cuasi mágicas, si una tarde fue posible ver el sol tiñendo el cielo de rojo... ¿cómo me voy a angustiar tanto por unos exámenes?   
 Volví, entonces a Buenos Aires en marzo de 2013, tras pasar ocho meses en Asia. No pasó un año y ya estaba subiéndome a un avión rumbo a Brasil. Cursé un semestre en la USP, la Universidad de San Pablo y traté de aprovechar la experiencia tanto en lo académico como para conocer otras partes de Brasil en los fines de semana largos. Volví a mediados de 2014, unas semanas después de que finalizara el Mundial de Fútbol, donde Argentina había llegado a la final. Podría decirse que estuve en Brasil en el momento justo.
Continuando con esta repetición del verbo "volver", volví a la facu y me recibí. Ya esta vez de una, con el objetivo claro. Estaba segura de querer estar en Buenos Aires y tenía un par de proyectos por los que merecía que me quedara y apostara fuerte.
Ahora vuelvo a viajar. Y a escribir. Una pasión mía que a diferencia de los viajes, muchas veces dejo oculta. Con algunos borradores que guardo en una carpeta de Google Drive, apuntes en cuadernos, siempre tengo ideas que quieren salir pero no veían la luz. Este año, tuve la oportunidad de cursar un taller con Hinde Pomeraniec, una periodista que admiro mucho y cuando le consulté que hacer me dijo que no había nada peor que quedarme con las cosas adentro.
Recupero este blog, porque es el medio que me permitió contar mis impresiones de Pakistán, anécdotas del viaje y del shock cultural que puede implicar. Si bien ahora no me voy mucho tiempo y la idea es volver y nuevamente quedarme en Buenos Aires por un tiempo creo que sí es momento de volver a escribir. Para animar a quienes tienen dudas y miedos sobre los viajes, para acercar un poco las costumbres e historias de países lejanos y para compartir que, a veces, viajar se trata de mirar a nuestro alrededor con otros ojos. Abrazos a todos!

domingo, 13 de enero de 2013

La terapia de la "happy people" en Dubai

Dubai es así: lo amás y lo odiás. Es la ciudad más cosmopolita de un país donde hasta hace pocos años la decoración navideña estaba prohibida y apenas la permitieron obtuvieron el récord del árbol navideño más caro del mundo. Eso es Dubai. Vas a ver que todo es perfecto, extremadamente limpio, que la gente se viste como quiere y que hay personas de todas partes del mundo. Pero eso mismo que te fascina es lo que después te fastidia: interactuar en un mismo ambiente laboral con personas de veinte nacionalidades distintas, con comportamientos totalmente diferentes, cansa. Los maravillosos shoppings donde podés encontrar comida de absolutamente todo el mundo esconden la carencia de una identidad cultural fuerte. Está todo preparado para que consumas todo el tiempo: salir sin gastar dinero es muy difícil.


Este fragmento forma parte de una de las tantas charlas que tuve con Mariana, una de mis guías y psicólogas (explicaré más adelante) de Dubai. Lo más curioso e interesante es que la misma frase "Dubai la amás y la odiás" me la dijeron también Shweta y Gabriela, en distintas conversaciones. En Pakistán había hablado con varios colegas y conocidos que vivieron allí pero decidieron volver. Otros se quedaron, no del todo conformes, ya que el estilo de vida no es para cualquiera.

Las razones por las que visité esta loca ciudad son apenas un elemento del caótico proceso de elegir vuelos, obtener la visa, problemas con la aerolínea elegida -y luego con mi tarjeta- y demás sucesos que sucedieron en Junio. Básicamente, Dubai era un stop obligado en mi trayecto para llegar a Karachi y elegí quedarme unos días allí antes de irme para el Sudeste Asiático. Porque a pesar de que no me sienta atraída por los shopping malls la verdad es que como estudiante interesada en Sociología Urbana no podía no conocer la ciudad híper moderna en medio del desierto. Como la primer parte del viaje la realizaba sola elegí con quién quedarme a través de Couchsurfing. Era la primera vez que utilizaba este método de viaje (digo viaje y NO alojamiento gratis porque utilizar Couchsurfing es elegir una forma distinta de viajar), estaba nerviosa pero resultó ser una experiencia excelente. Shweta, mi anfintriona, decidió alojarme porque venía de "la mejor ciudad del mundo". Resulta ser que hace un año decidió hacer un stop en su vida laboral para dedicarse a mochilear por Sudamérica. Quedó encantada con nuestro país, al punto tal de tener un tatuaje de la bandera argentina, en forma de reloj de arena horizontal, en su tobillo. 
Para ella, el tiempo se detuvo al estar de viaje, al ver dos arcoíris en la Patagonia, al caminar por San Telmo y conocer Salta. Hablamos de los barrios porteños, de la diversidad de cosas para hacer… y realmente la felicité por todo lo que había conocido, fue muy conmovedor que me hablaran con tanto cariño de mi propio país. Originaria de Bombay, India, vive en los Emiratos Árabes Unidos hace 5 años por lo que conoce bastante de su vida cotidiana y me introdujo enseguida a su grupo de amigos, con quienes me sentí cómoda desde el primer momento. Cene´, jugué al pool, salí y bailé con ellos como si no fuese una persona que acababa de llegar.




Mis últimos días en Karachi habían sido caóticos: de repente todo el mundo quería verme. Tuve una seguidilla de siete despedidas que incluyeron desde paseos en vela por el Mar Árabe, cenas en mi casa y en lo de mis amigos, una fiesta en el departamento de los chicos, hasta un almuerzo en el Marriot con mi jefe y algunos compañeros de la oficina. Aún así no llegué a ver en persona a todos mis conocidos, de hecho hubo hasta quienes se ofendieron por no poder verme cuando ellos querían (en lugar de respetar cuando yo podía verlos). Armar el bolso fue una actividad que quedó para el último día y para qué.... como una burla del destino, nos quedamos sin luz por 36 horas. Nuestra heladera se descongeló, inundando el departamento, todo era un caos. Sentía que la ciudad me decía "Ana, es momento de irte". Con una mezcla de emociones muy fuertes me despedí de la zona de confort construida en Karachi y al subir al avión cerré los ojos y deseé -debo admitir- aterrizar en Buenos Aires. A pesar de todas las adversidades que enfrentaba en Pakistán había logrado consolidar un grupo de amigos que me sostenía y tenía -a mi modo- una cierta rutina, lugares que me gustaban y todavía muchos sitios por recorrer dentro del país. Decir "adiós" sin saber cuando podré ver a la mayoría de las personas fue duro. Si bien quería viajar y desde hace meses que venía planeando cada etapa del recorrido necesitaba en aquel momento un abrazo contenedor, alguien que me sostuviera y me hiciera entender qué era lo que me estaba pasando.



El aeropuerto, el metro, el Mall of the Emirates: todo mi recorrido inicial en la ciudad me sorprendió totalmente. Rostros con rasgos totalmente diferentes entre sí, escuchar cuatro idiomas distintos en el metro y vestimentas variadas: ver chicas en minifalda al lado de mujeres en burka. No estaba preparada para volver a ver vestimenta occidental y muchas veces me quedé clavando la mirada -cual hombre pakistaní- en las piernas y escotes de distintas personas. Shweta sonreía cuando yo le decía “mirá esa chica, ¡usa shorts muy cortos!”y hasta se burlaba de lo pendiente que estaba de mi cartera en una ciudad tan segura como Dubai. Según me explicó las infracciones a la ley se castigan sin piedad: ante cualquier incidente la policía sustrae el documento del sospechoso. Las multas por exceso de velocidad o por mascar chicle en el subte son elevadísimas. En caso de robo lo más probable es que se deporte al ladrón y “como la gente viene a Dubai a trabajar y ahorrar es muy extraño que alguien se arriesgue a perder su fuente de ingresos

Mi primer día de recorrido fue muy "clásico": vi el Dubai Mall, el Burj Khalifa, el Burj al Arab y el Dubai Museum. Caminaba como una autómata, buscando los lugares que se supone que uno tiene que conocer sí o sí al estar allá, saqué fotos y seguí caminando hasta que me cansé. Me sentía muy sola, no por el hecho de estar sola en sí mismo sino porque no estaba de humor consumista y sentía todo alrededor mío muy artificial. 
Volví al departamento y Shweta me propuso salir con sus amigos a El Malecón, una disco latina. Al entrar sentí que algo se apoderaba de mí y durante toda la tanda de temas latinos bailé y canté sin parar. Desde Julio que no estaba en un boliche, que no veía gente bailando en un lugar abierto al público, que no veía el típico "show off" de mujeres bailando y hombres intentando acercarse a ellas. Sentí que poco a poco me (re)conectaba con quién yo era, como si la estadía en Pakistán hubiese intentado cambiarme.


Al día siguiente me levanté pasado el mediodía sin ninguna culpa y pasé la tarde arreglando para encontrarme con Gabriela, una amiga y colega de Juan (amigo colombiano en Karachi) que trabajaba en Dubai a partir de una pasantía de AIESEC. Gabi organizó una una cena junto con dos amigas suyas en el Souk Medina Jumeirah, un complejo de restaurantes, bazaares y pubs. Mi carencia de teléfono hizo que me desencontrara, llegara tarde y tengamos dos cenas distintas. Charlé con Gabi y me quedé con Mariana y Nicola allí
. Si bien no conocía anteriormente a las chicas tuve una conexión instantánea: vivir unos meses fuera de tu país (especialmente en lugares con tradiciones culturales diferentes) hace que uno pasé por cosas muy intensas que pocas personas comprenden del todo. Habiendo terminado la segunda cena nos quedaba mucho por charlar y Mariana sentía que era su obligación moral que mi última noche de Dubai fuese algo más que comer y dormir temprano. Fuimos a tomar algo a uno de los tantos pubs del complejo, casualmente uno que contaba con una banda cubana en vivo. Se repitió la misma escena de baile y canto desenfrenado de la noche anterior, sumado al hecho de que esta vez no era la única latina nostálgica.


Me fui al departamento de Mariana porque teníamos que hablar. Era casi una obligación, no podíamos despedirnos así nomás. Ella me decía que le encantaba haberme conocido, que necesitaba hablar con alguien y yo sentía que al revés, yo era quién más lo necesitaba para compartir todas lo que me pasaba en ese momento. Nos quedamos charlando por horas, riéndonos a las carcajadas con las anécdotas que cada una tenía. Al día siguiente me mostró el vecindario donde vive y se disculpó por “traerme tan lejos”. Le expliqué que, por el contrario, me interesa más ver cómo viven los habitantes de la ciudad, cómo son los barrios residenciales y que facilidades tienen que el hecho de ver la vidriera de Gucci o Prada. Nos quedamos charlando en la terraza del departamento, viendo cómo las calles pueden terminar en forma abrupta en la nada misma y de cómo se construyen condominios en el desierto, sin pensar mucho en comunicarlos con transporte público. 
                              

Mis últimas horas en Dubai transcurrieron junto con los amigos de Mariana caminando por el Golden Souk, el Spice Souk (mercado de especias) y por último fuimos a ver el Atlantis, el conocido hotel en el complejo con forma de palmera. Una sensación de tranquilidad y alegría reinaba en mí... algo curioso después de la melancolía de los días anteriores. 

Le comento a mi guía y amiga mexicana:
-No sé que me pasa pero estoy mucho más contenta que antes
-Yo también, me encantó haber charlado con vos, hace tiempo que no me reía así. Ahora puedo aguantar unos cuantos días normales, que sé que voy a estar bien, ya tuve mi dosis de happy people.
-¿Qué? ¿Cómo happy people?
-Sí, es un chiste con mi hermana y otros amigos que viajaron mucho. Los latinos somos la "happy people", por más que hablemos inglés poder hacer chistes en español es algo totalmente distinto. Cantar, moverse, hablar, bailar... es algo único y especialmente en países árabes o en tu caso en Pakistán uno no tiene muchas oportunidades de hacerlo, ¿no?

En ese preciso momento comprendí que las restricciones de una sociedad conservadora van más allá del hecho superficial de cubrirse las piernas y los hombros. Las normas sociales afectan todo nuestro comportamiento y poder compartir estos pensamientos con alguien que tuviese la misma óptica fue maravilloso, así como también lo fue recorrer la ciudad con ella.  Durante mis días en Dubai conocí personas increíbles con quienes me sentí acompañada, comprendida e intercambié experiencias y opiniones. A Mariana le terminé agradeciendo por su sesión de terapia, para cuando me dejó en el aeropuerto yo sentía que había "deshollinado" por completo, estaba ya emocionada por empezar el viaje. Me tomó unos días de adaptación y muchas reflexiones personales para poner el modo viajero on y así fue como arranqué unos increíbles y maratónicos días en Singapur, Malasia y Filipinas.... que quedan para la próxima entrega! 







domingo, 9 de diciembre de 2012

El caso Kerri Max Cook y reflexiones tras su conferencia en Karachi

Kerri Max Cook es el nombre de un ciudadano estadounidense que vivió la mayor parte de su vida en prisión, condenado a muerte, pese a que era inocente. Su historia me era totalmente ajena y si bien sé de casos de presos inocentes, de hombres y mujeres que viven años tras las rejas sin siquiera haber recibido una sentencia, vi películas y leí textos relacionados con el tema nunca había tenido contacto directo con ellos. Nunca había tenido la oportunidad de escuchar una exposición sobre la pena de muerte y poder preguntar lo que quisiera. Por más bizarro que parezca, dicha oportunidad se me iba a presentar de la forma más inesperada estando en Karachi. Pero déjenme contarles la cadena de hechos que explican como llegué a conocer a Kerri.

En julio, recién llegada a Pakistán me había contactado con la Embajada Argentina con el objetivo de hacerles saber que me quedaba unos meses acá, tener algún contacto por si sucedía alguna emergencia y, también, indagar si había otros compatriotas por acá.
Mi primer mail fue muy formal y de hecho me sorprendió que me respondieron muy amigablemente pidiéndome los datos personales. Tras el segundo mail el cónsul me llamó enseguida, preguntando qué hacía una chica de 22 años en Karachi. Conversamos largo rato por teléfono, hablamos desde la situación del país en el que nos encontramos hasta de los asados y el mate. Me pasaron los datos de Marcelo, el único argentino que vive en Karachi en forma permanente. Dudé si mandarle un mensaje o no, me sentía medio tonta con la sola idea de llamar a alguien y decirle "Hola, ¿qué tal? Somos del mismo país, veamosnos!" Un mes y pico más tarde un amigo italiano me contó que conocía al argentino en cuestión y que era una excelente persona. Me convenció para que lo contactara y así lo hice. El llamado -que me tenía muy nerviosa- resultó ser una larga conversación muy alentadora, con la cual quedé ansiosa por conocerlo en persona.

Nos encontramos una tarde con la idea de tomar un café. Los restaurantes de la costanera estaban cerrados por lo que tras dar vueltas alrededor de la ciudad fuimos a su casa y fui bienvenida con mate y VAINILLAS. Me sentía en casa, muy cómoda, hasta la decoración de su hogar me hacía olvidar donde estaba. Mi temor original de que no hubiese tema para hablar desapareció totalmente en la cena, cuando ninguno de los dos podía parar de hablar, preocupados por muchas cosas de nuestro país de origen y compartiendo impresiones sobre Pakistán. Me resultó increíble su análisis del contexto en el que nos encontramos viviendo, su descripción de las familias, sus explicaciones de hechos todavía insólitos para mí. Claro, lleva 13 años viviendo en Pakistán. Pero, de todos modos, ese "algo más" que nos hermanaba no era el idioma sino las tradiciones, la historia, la forma de ver el mundo. La cultura entendida como un concepto semiótico, una malla de interpretación de los signos o "la trama de sentidos" en palabras de Clifford Geertz. Por esta misma hermandad cultural muchas veces he compartido y entendido muchas cosas de mi estadía acá con Juan y con Michel, quizá más que con otros amigos extranjeros.


A partir de aquel contacto inicial me junté muchas veces con Marcelo, ya sea para ir a misa, a la pileta, a conocer sus alumnos de español o simplemente para tomar mate. Como siempre que propuso algo resultó ser un buen plan cuando me invitó a un evento que se organizaba en la escuela donde trabaja acepté sin dudar. Lo que sabía era que se trataba de una charla sobre la pena de muerte. Nada más. Juan y Alina se sumaron sin tener más información. En el camino Marcelo nos contó que una de las alumnas de la escuela había contactado a Kerri tras haber oído e investigado sobre su caso. La chica habló con los profesores y directivos de Karachi American School y logró que la escuela lo invitara a presentar el tema en la institución, invitando a padres y alumnos.


Un hombre de estatura mediana, pelo canoso y sonrisa franca se presentó en el escenario. Con un fuerte acento estadounidense y mucha simpatía comenzó a relatar su infancia en Alemania, donde su padre se entrenaba en el Ejército. Una muy complicada historia familiar su hermano era el único bastión emocional que lo hacía sobrellevar todas las adversidades. En su juventud la familia volvió a Estados Unidos, donde cuestiones personales sumados a la rebeldía adolescente lo envolvieron en pequeños incidentes que podrían haber quedado olvidados, como los de muchos adolescentes en cualquier parte del mundo. Tal es así que cuando asesinaron a una vecina suya la investigación policial lo dio por culpable. Las huellas de una visita previa y el hecho de que había infringido la ley anteriormente parecieron ser evidencia suficiente. Una trama inédita de corrupción y aspiraciones de ascenso en la policía, manipulación de testigos, indecisión del jurado, complicaciones familiares dieron con un total de 22 años en prisión en la peor institución carcelaria de Estados Unidos.


Kerri recreó con cinta adhesiva el tamaño de su celda en Texas, mientras relataba cómo era convivir dentro de ella junto a otras 3 personas en condiciones infrahumanas. A medida que contaba su historia lo que nos sorprendía a todos era la fuerza y valentía que lo mantuvieron cuerdo y lo impulsaron a seguir luchando por su libertad. Lo que yo había creído que iba a ser un debate teórico sobre la pena de muerte fue una conversación de un hombre que literalmente abrió su corazón y compartió todo con nosotros: sus frustraciones, el desprecio de su madre, la falta de apoyo, su alegría al salir y los problemas que enfrenta hoy en día. Cerró su charla con un Powerpoint de fotos que recorrían elementos que lo definían desde la película favorita de su hermano, la casa durante niño, la tumba de su padre y la celda texana. Lloraba en silencio mientras veía las imágenes y pensaba: ¿Cuántas veces nosotros nos desesperamos por cosas intrascendentes? ¿Cuántas veces nos frustramos y abandonamos todo ante sucesos naturales de la vida? Sentada frente a un hombre que tenía todas las de perder me quedé admirada de cómo sonreía, cómo podía hacer chistes y transmitir una fuerza vital increíble. Las preguntas del público claramente apuntaban a lo mismo que me sorprendía a mí. Mucha gente se animaba a preguntar: ¿Cómo pudiste perdonar a tu madre, al sistema judicial, cómo vivís en paz, cómo no querés venganza? Y Kerri contestaba cada una de las preguntas, sin horrorizarse ni cansarse, alentando a todos a preguntar sin avergonzarse. Tras la charla me acerqué, pude saludar a Kerri y su mujer, personas realmente encantadoras, de aquellas a quienes se les nota la dulzura en sus ojos.


Sin saber que la charla iba a durar tanto yo tenía también otros planes. Sábado a la noche, era el cumpleaños de Tabinda por lo que un amigo me estaba esperando fuera de la escuela para ir juntos a la fiesta. Comí algo apurada con los chicos y salí a toda velocidad, en un estado de conmoción muy fuerte. Sentada en el auto le explicaba a Razee de la charla, me sentía capaz de comerme al mundo, creía que absolutamente todo era posible. Pero mi amigo me miraba con cara de piedra mientras yo le relataba la increíble injusticia. Mi fuerza y alegría se desvanecían mientras me decía "Ana, ¿sabés cuántas personas están en Pakistán presas sin ninguna razón específica? ¿Cuántos civiles mueren todos los días con los bombardeos en la frontera con Afganistán y nadie hace nada? ¿Sabés cuántas Malalas hay por día y sus ataques quedan olvidados?" Como si me hubiesen dado una cachetada para despertarme, me calmé y tuve que admitir que era verdad. Que estaba fascinada por la valentía de alguien que se animaba a contar su historia con los más íntimos detalles pero que ahora estoy en un país donde la vida de la mayoría de la sociedad es un bien poco preciado. Donde el riesgo se ve como algo divertido, donde se vuelve algo normal que la red de celulares quede totalmente bloqueada durante las festividades religiosas y donde el tráfico es tan impredecible que logra que planes arreglados con su debido tiempo se cancelen como si nada.


Aquel día entendí que la famosa "resilience", de la cual los pakistaníes están muy orgullosos, es un arma de doble filo. Resistir y sobrellevar los obstáculos que la vida nos antepone es algo necesario pero no se puede tolerar absolutamente todo. El hecho de que Kerri haya podido salir de la cárcel, probar su inocencia y llevar su voz a diversas partes del mundo es admirable. Hay héroes en la vida real, casos que sirven como fuente de inspiración y que hay que dar a conocer. Pero el "you saw a shooting (tiroteo), yeah it happens, move on" es algo que no va conmigo. No todo puede justificarse y lo malo de acostumbrarse a cualquier situación es perder la esperanza de cambio. Sea de la forma que fuere es menester hacer algo. Alina, mi amiga, compañera de cuarto y próximamente compañera de viaje escribió al respecto algo muy interesante. Equiparó las advertencias de seguridad y la forma de encarar la vida acá con la famosa imagen de los tres monos indicando: "no veo, no escucho, no hablo". Doy fe que hay muchísimos pakistaníes que trabajan día a día por cambiar la realidad de su país. Pero a lo que todos los extranjeros nos sorprende es que puedan aceptar las alertas de seguridad y encierro en el hogar así como el hecho de que las protestas se vuelvan algo tan cotidiano que al día siguiente los bazaares estén poblados de vuelta de familias realizando sus compras. Como cereza del postre, el fin de semana pasado los interns de las tres ciudades principales del país (Karachi, Lahore e Islamabad) nos encontramos en una conferencia nacional. Intercambiábamos opiniones sobre nuestra estadía aquí y todos coincidíamos en algo: nos habíamos acostumbrado al estado de tensión y las alertas de seguridad. Lo teníamos incorporado, aunque aún nos molesta. Lamentablemente, hay cosas que nunca deberían formar parte de la vida cotidiana. 



PD: La primer foto la obtuve de http://razorwirewomen.wordpress.com/2012/03/04/kerry-max-cook-an-innocent-man-still-seeking-exoneration-a-post-by-ashley-lucas/
      La última foto la tomó mi querida amiga Gokce, en una de las calles de nuestro anterior departamento.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Se abrieron las puertas de la ciudad

Mai Kolachi era su nombre original. Fundada por tribus balochis fue durante varios años una tranquila aldea de pescadores hasta que la Compañía Británica la conquistó en 1839. Si bien era una ciudad populosa, con una importante actividad comercial y portuaria no fue sino hasta 1947 que comenzó a perfilarse como la metrópolis que hoy en día es. Sucede que tras la Partición Karachi se convirtió en capital de Pakistán, recibiendo a todas las familias musulmanas que huían de India y muchas otras personas (de diversos credos y etnias) que también decidieron radicarse aquí en busca de mejores oportunidades laborales. La ciudad sufrió de una verdadera explosión demográfica para la cual no estaba preparada. Muchas familias se instalaban donde podían, donde encontraban un espacio, algo que hoy en día es visible. Cuando se cruza de un lado al otro al ciudad se pueden encontrar oficinas, bazares, barrios pobres, zonas industriales y terrenos baldíos, todo mezclado. Las zonas más privilegiadas sí se encuentran diferenciadas, obedeciendo un patrón internacional, en el que las residencias más lujosas se encuentran aisladas (y no necesariamente alejadas) del centro neurálgico de la ciudad.


La impresiónión que me da Karachi desde hace un buen tiempo es la de ser una ciudad a puertas cerradas. ¿Qué quiero decir con esto? Todo pasa de un espacio cerrado a otro. De tu casa, al auto (o a la van de la empresa o al auto de un amigo)y de ahí al trabajo. Vuelta al hogar. Para usar transporte público dentro de la ciudad (buses solamente) hay que ser un poco aventurero: las paradas no tienen ningún indicador visible, pareciera que hay que saber por arte de magia donde subirse y donde bajarse. Además, que el colectivo no "para" sino que reduce su velocidad mientras las personas se suben como pueden. Con las mujeres sí hacen una excepción y el chofer no arranca hasta que terminen de subir. La otra opción, la que solemos elegir al movernos por nuestra cuenta, es tomar un rickshaw, una especie de taxi cuyo motor es una una botella de plástico que supo albergar Sprite y ahora tiene gasolina.

Las salidas, lo mismo, son salidas a lugares cerrados: a la casa de un amigo, al shopping, al cine, a un restaurant. Lo bizarro es que algo "cool" entre los jóvenes de aquí es ir a comer o tomar un té y que te traigan el pedido al auto. La primera vez que me sucedió eso estaba con alguien que apenas conocía y me había propuesto mostrarme la ciudad. Grata fue mi sorpresa cuando tras dar un par de vueltas estacionamos frente a un puesto de té local y tocó la bocina hasta que se acercó un niño a la ventanilla. Tras un breve diálogo en urdu, llegaron dos tazas de doodh pati (té tradicional, en cuya elaboración las hojas se hierven con leche y cardamomo), mientras yo intentaba procesar que el plan era merendar ahí mismo sin movernos del auto. Otros planes exóticos incluyen fumar shesha en el auto o simplemente manejar por la costanera, sin ningún destino.


Tenía la sensación de estar encapsulada, extraño muchísimo caminar ya que aquí las veredas prácticamente no existen. En Karachi sucede algo extraño: los parques y clubes están escondidos. Zamzama Park, por ejemplo es privado y se encuentra cubierto por muros, a menos que alguien te indique cómo ir y qué hay adentro podés vivir meses sin enterarte que a unas cuadras de tu casa hay un espacio verde y tranquilo. Los clubes son otra entidad interesantísima para analizar: aglutinan a la elite local que no va solamente a hacer deporte al club sino a tomar el té, a pasar el día con amigos y hasta a hacer sus compras. Sonará extraño pero las mejores panaderías se encuentran dentro de los clubes, que también están amurados. A diferencia de Argentina, donde los clubes compiten por atraer socios y la cuota es mensual aquí la membresía a los clubes se paga una vez y de por vida. Hablando con un amigo a quién había acompañado a comprar pan le pregunté si quería usar las utilidades del club de grande junto a su familia. Su respuesta me impactó "si logro pagar la membresía de 100.000 rupias, claro, me encantaría"

Todo lugar desconocido es más fácil de ser visitado con la ayuda de alguien local. De alguien que al vivir en aquella ciudad pueda recomendarte no sólo qué lugares turísticos conocer sino cosas como dónde es barato comer, dónde comprar ropa tradicional sin que te arranquen un ojo de la cara y demás actividades que uno desee hacer. Pero, si lamentablemente no contamos con alguien local, muchas veces de la mano de Google y guías de turismo como Lonely Planet nos podemos dar maña. Sin embargo, aquí en Karachi, las puertas de la ciudad continuarán cerradas a menos que conozcas a la gente adecuada. ¿Por qué? Porque en la medida que el disfrute de la vida cotidiana se realiza en forma privada es muy difícil saber a dónde ir. Más aún si no contamos con auto, garantía -parcial- de movilidad e independencia. Aclaro parcial porque acá uno nunca es del todo "independiente", siempre todo depende de la situación en la ciudad, de los tiempos y planes de otras personas. Pero tener auto cambia tu vida acá por completo. Desde los puntos arquitectónicos de la ciudad hasta nimiedades como tiendas de calzado baratas o ir al cine para realizar cualquier cosa dependemos de ayuda de gente local y no cualquiera, sino personas que conozcan a las personas indicadas. Por ejemplo: ir a un concierto de música sufi o a una obra de teatro en inglés sucede a través de los mismos músicos o actores que se promocionan en su círculo de amigos.









Justo cuando estaba en la segunda fase 
de mi intercambio, ya acercándome hacia el final es que las puertas de Karachi se abrieron un poquito. Como si el destino me guiñara el ojo, irónicamente, a medida que se acercaba la fecha de partida conocí y fui afianzando relaciones con personas simpáticas, interesantes y por sobre todas las cosas amigables. Junto a ellas pude conocer gran parte del Karachi que está vedado incluso a la mayoría de sus habitantes. Tal es así que realmente en estos días no tengo tiempo para nada, todos los días tengo mínimo una cosa para hacer. Entre las actividades que pude disfrutar en este último tiempo puedo nombrar desde andar en bici por las calles de Defense, comer en restaurantes exóticos, hacer snorkeling, conocer familias encantadoras, ir a la conferencia de un carismático estadounidense con una historia única (¡próximo post!) y comprar en los mercados telas tradicionales pagándolas a precio real (gracias Sadaf!), por nombrar tan sólo algunas de ellas.





Karachi tiene, como todos los ciudades, cosas buenas y malas. Una de las primeras preguntas que me realiza un pakistaní cuando me conoce es "¿qué es lo que más te gusta de Pakistán?" Mi respuesta siempre es la misma: su gente amable y hospitalaria. No tengo registro ya de la cantidad de tazas de té que me han ofrecido a lo largo de estos meses. Siempre que estoy en la casa de algún amigo local llega comida a mi poder, sin importar cuantas veces haya dicho "no, gracias". Me queda muy poco tiempo aquí y tengo sentimientos encontrados: ganas de continuar con la segunda etapa del viaje y, por otro lado, bronca por irme cuando finalmente tengo un círculo social que me permite realizar salidas, divertirme e intentar llevar una vida "lo más normal posible". De acuerdo con lo que muchos productores y actores de series televisivas dicen: lo mejor es terminar en el mejor momento, en la cresta de la ola. ¡Que así sea!