jueves, 29 de noviembre de 2012

Se abrieron las puertas de la ciudad

Mai Kolachi era su nombre original. Fundada por tribus balochis fue durante varios años una tranquila aldea de pescadores hasta que la Compañía Británica la conquistó en 1839. Si bien era una ciudad populosa, con una importante actividad comercial y portuaria no fue sino hasta 1947 que comenzó a perfilarse como la metrópolis que hoy en día es. Sucede que tras la Partición Karachi se convirtió en capital de Pakistán, recibiendo a todas las familias musulmanas que huían de India y muchas otras personas (de diversos credos y etnias) que también decidieron radicarse aquí en busca de mejores oportunidades laborales. La ciudad sufrió de una verdadera explosión demográfica para la cual no estaba preparada. Muchas familias se instalaban donde podían, donde encontraban un espacio, algo que hoy en día es visible. Cuando se cruza de un lado al otro al ciudad se pueden encontrar oficinas, bazares, barrios pobres, zonas industriales y terrenos baldíos, todo mezclado. Las zonas más privilegiadas sí se encuentran diferenciadas, obedeciendo un patrón internacional, en el que las residencias más lujosas se encuentran aisladas (y no necesariamente alejadas) del centro neurálgico de la ciudad.


La impresiónión que me da Karachi desde hace un buen tiempo es la de ser una ciudad a puertas cerradas. ¿Qué quiero decir con esto? Todo pasa de un espacio cerrado a otro. De tu casa, al auto (o a la van de la empresa o al auto de un amigo)y de ahí al trabajo. Vuelta al hogar. Para usar transporte público dentro de la ciudad (buses solamente) hay que ser un poco aventurero: las paradas no tienen ningún indicador visible, pareciera que hay que saber por arte de magia donde subirse y donde bajarse. Además, que el colectivo no "para" sino que reduce su velocidad mientras las personas se suben como pueden. Con las mujeres sí hacen una excepción y el chofer no arranca hasta que terminen de subir. La otra opción, la que solemos elegir al movernos por nuestra cuenta, es tomar un rickshaw, una especie de taxi cuyo motor es una una botella de plástico que supo albergar Sprite y ahora tiene gasolina.

Las salidas, lo mismo, son salidas a lugares cerrados: a la casa de un amigo, al shopping, al cine, a un restaurant. Lo bizarro es que algo "cool" entre los jóvenes de aquí es ir a comer o tomar un té y que te traigan el pedido al auto. La primera vez que me sucedió eso estaba con alguien que apenas conocía y me había propuesto mostrarme la ciudad. Grata fue mi sorpresa cuando tras dar un par de vueltas estacionamos frente a un puesto de té local y tocó la bocina hasta que se acercó un niño a la ventanilla. Tras un breve diálogo en urdu, llegaron dos tazas de doodh pati (té tradicional, en cuya elaboración las hojas se hierven con leche y cardamomo), mientras yo intentaba procesar que el plan era merendar ahí mismo sin movernos del auto. Otros planes exóticos incluyen fumar shesha en el auto o simplemente manejar por la costanera, sin ningún destino.


Tenía la sensación de estar encapsulada, extraño muchísimo caminar ya que aquí las veredas prácticamente no existen. En Karachi sucede algo extraño: los parques y clubes están escondidos. Zamzama Park, por ejemplo es privado y se encuentra cubierto por muros, a menos que alguien te indique cómo ir y qué hay adentro podés vivir meses sin enterarte que a unas cuadras de tu casa hay un espacio verde y tranquilo. Los clubes son otra entidad interesantísima para analizar: aglutinan a la elite local que no va solamente a hacer deporte al club sino a tomar el té, a pasar el día con amigos y hasta a hacer sus compras. Sonará extraño pero las mejores panaderías se encuentran dentro de los clubes, que también están amurados. A diferencia de Argentina, donde los clubes compiten por atraer socios y la cuota es mensual aquí la membresía a los clubes se paga una vez y de por vida. Hablando con un amigo a quién había acompañado a comprar pan le pregunté si quería usar las utilidades del club de grande junto a su familia. Su respuesta me impactó "si logro pagar la membresía de 100.000 rupias, claro, me encantaría"

Todo lugar desconocido es más fácil de ser visitado con la ayuda de alguien local. De alguien que al vivir en aquella ciudad pueda recomendarte no sólo qué lugares turísticos conocer sino cosas como dónde es barato comer, dónde comprar ropa tradicional sin que te arranquen un ojo de la cara y demás actividades que uno desee hacer. Pero, si lamentablemente no contamos con alguien local, muchas veces de la mano de Google y guías de turismo como Lonely Planet nos podemos dar maña. Sin embargo, aquí en Karachi, las puertas de la ciudad continuarán cerradas a menos que conozcas a la gente adecuada. ¿Por qué? Porque en la medida que el disfrute de la vida cotidiana se realiza en forma privada es muy difícil saber a dónde ir. Más aún si no contamos con auto, garantía -parcial- de movilidad e independencia. Aclaro parcial porque acá uno nunca es del todo "independiente", siempre todo depende de la situación en la ciudad, de los tiempos y planes de otras personas. Pero tener auto cambia tu vida acá por completo. Desde los puntos arquitectónicos de la ciudad hasta nimiedades como tiendas de calzado baratas o ir al cine para realizar cualquier cosa dependemos de ayuda de gente local y no cualquiera, sino personas que conozcan a las personas indicadas. Por ejemplo: ir a un concierto de música sufi o a una obra de teatro en inglés sucede a través de los mismos músicos o actores que se promocionan en su círculo de amigos.









Justo cuando estaba en la segunda fase 
de mi intercambio, ya acercándome hacia el final es que las puertas de Karachi se abrieron un poquito. Como si el destino me guiñara el ojo, irónicamente, a medida que se acercaba la fecha de partida conocí y fui afianzando relaciones con personas simpáticas, interesantes y por sobre todas las cosas amigables. Junto a ellas pude conocer gran parte del Karachi que está vedado incluso a la mayoría de sus habitantes. Tal es así que realmente en estos días no tengo tiempo para nada, todos los días tengo mínimo una cosa para hacer. Entre las actividades que pude disfrutar en este último tiempo puedo nombrar desde andar en bici por las calles de Defense, comer en restaurantes exóticos, hacer snorkeling, conocer familias encantadoras, ir a la conferencia de un carismático estadounidense con una historia única (¡próximo post!) y comprar en los mercados telas tradicionales pagándolas a precio real (gracias Sadaf!), por nombrar tan sólo algunas de ellas.





Karachi tiene, como todos los ciudades, cosas buenas y malas. Una de las primeras preguntas que me realiza un pakistaní cuando me conoce es "¿qué es lo que más te gusta de Pakistán?" Mi respuesta siempre es la misma: su gente amable y hospitalaria. No tengo registro ya de la cantidad de tazas de té que me han ofrecido a lo largo de estos meses. Siempre que estoy en la casa de algún amigo local llega comida a mi poder, sin importar cuantas veces haya dicho "no, gracias". Me queda muy poco tiempo aquí y tengo sentimientos encontrados: ganas de continuar con la segunda etapa del viaje y, por otro lado, bronca por irme cuando finalmente tengo un círculo social que me permite realizar salidas, divertirme e intentar llevar una vida "lo más normal posible". De acuerdo con lo que muchos productores y actores de series televisivas dicen: lo mejor es terminar en el mejor momento, en la cresta de la ola. ¡Que así sea!


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